PRIMERA PARTE
1.-INTRODUCCION:
El presente trabajo intenta ofrecer al lector un panorama general de lo que se considera como el arte del buen hablar, es decir, la oratoria, con el único propósito de estimular su estudio y profundización, fundamentalmente, en aquellos abogados que ejercen a diario en los estrados, representando a personas naturales y/o jurídicas que le han confiado la defensa de sus intereses. Es que la oratoria judicial requiere de reglas sicológicas y lógicas, además de las propiamente procedimentales.
Y para todos está claro que la primordial función de todo abogado es abogar y abogar bien y para ello, resulta imprescindible conocer las herramientas que emplea la oratoria moderna, sin que ésta quede reservada para docentes, políticos, profesionales, académicos, artistas o directivos.
A fin de cuentas, tarde o temprano cualquier persona tendrá que afrontar la situación de hablar delante de un grupo de personas para examinarse oralmente, presentar un trabajo o defender un proyecto, intervenir en una reunión, dictar una clase o conferencia o simplemente, decir algunas palabras en una ocasión especial.
De acuerdo con investigaciones realizadas, existen evidencias suficientes como para establecer que empleamos más o menos el 70% de nuestras horas de actividad comunicándonos verbalmente, es decir, que cada uno de nosotros emplea alrededor de 10 a 11 horas diarias para comunicarse.
Entonces, para desarrollar una oratoria eficaz, será clave nuestra habilidad para adaptar las técnicas a nuestra personalidad y estilo propios, así como al contexto y características del auditorio, pues un discurso puede variar sensiblemente según sea el tamaño de la audiencia, la hora en que se realiza o la edad y perfil de los asistentes.
Las habilidades para la oratoria se aprenden y la experiencia se va desarrollando continuamente. Se dice que el conocimiento que se tenga del contenido a exponer es una condición necesaria, pero no suficiente, para garantizar el éxito de un discurso, ya que éste dependerá, en gran medida, de otros aspectos como la preparación o la capacidad del orador para expresar las ideas con claridad. Como nos dice Voltaire: “Todos los estilos son buenos menos el aburrido”.
Como la oratoria clásica es un pilar sobre el cual se apoya la oratoria moderna, resulta imprescindible comenzar desde sus raíces y para ello hemos empleado una buena parte de este trabajo en recrear sus antecedentes históricos, sin pretender con ello haber agotado el tema. Por suerte, he podido contar con apuntes y manuscritos inéditos de mi padre, el destacado profesor y jurista Rafael Grillo Longoria, quien impartió clases de Derecho Romano en la década del 50 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente.
Este trabajo tiene las limitaciones propias de un mero ensayo y los defectos inherentes a la capacidad del autor. Por esto, pido la mayor benevolencia al juicio de los que me leen.
2.- DEFINICIONES:
Oratoria. (Del lat. oratoria). Arte de hablar con elocuencia para persuadir o convencer a un auditorio.
Género literario: Utilizado en distintas formas como discurso, conferencia, disertación, sermón, etc.
Retórica: Hablada o escrita. La retórica hablada es la oratoria. La retórica define las reglas que rigen toda composición o discurso en prosa que se propone influir en la opinión o en los sentimientos de la gente.
Se ocupa, pues, de todos los asuntos relacionados con la belleza o vigor del estilo y en un sentido más estricto, la retórica se ocupa de los principios fundamentales que tienen que ver con la composición y enunciación del discurso oratorio: inventio (definir el tema del que se va a hablar); dispositio (disposición de las partes); elocutio (elección de las palabras, ligada con el ornato y las figuras); memoria (memorización) y actio (relacionada con el acto de emisión del discurso, próxima a la representación teatral).
El poder de elocuencia que demuestran Néstor, Odiseo y Aquiles en la Iliada llevó a muchos griegos a considerar a Homero como el padre de la oratoria.
El establecimiento de las instituciones democráticas en Atenas en el 510 a.c., resultó esencial para el desarrollo de la habilidad oratoria en los ciudadanos; así fue como surgió un grupo de maestros, conocidos como sofistas (término que equivalía a un título académico), que se propusieron hacer que los hombres hablasen mejor, según las reglas del arte.
Platón satirizó el tratamiento más técnico de la retórica, con su énfasis en la persuasión más que en la verdad.
Aristóteles, en su Retórica, definió la función de la retórica basándola, más que en la persuasión, en el descubrimiento de “todos los medios disponibles de persuasión”. Recalcó la importancia de la victoria dialéctica mediante un razonamiento persuasivo y ordenado de la verdad, más que en dominar a los oyentes apelando a sus emociones. Consideraba a la retórica como arte hermana de la lógica.
En Roma, al principio, fueron griegos los encargados de enseñar retórica formal y los grandes maestros de la retórica teórica y práctica, Cicerón y Quintiliano, estuvieron influidos por los modelos griegos. Cicerón escribió varios tratados sobre la teoría y la práctica de la retórica, siendo el más importante De inventione.
3- ORIGEN
La oratoria nació en Sicilia y se desarrolló fundamentalmente en Grecia, donde fue considerada un instrumento para alcanzar prestigio y poder político. El orador que llegó a ser más famoso entre los griegos fue Demóstenes. De Grecia pasó a la Roma republicana, donde este arte fue perfeccionado por Marco Tulio Cicerón. Durante el imperio, sin embargo, la oratoria entró en crisis, aunque todavía se encontraron grandes expertos en ese arte como Marco Fabio Quintiliano.
Originalmente, la oratoria se dividía en varios tipos o subgéneros. Anaxímenes de Lámpsaco propuso una clasificación tripartita que asumió después como suya Aristóteles, a saber:
Género judicial:
Se ocupa de acciones pasadas y lo califica un juez o tribunal que establecerá conclusiones, aceptando lo que el orador presenta como justo y rechazando lo que presenta como injusto.
Género deliberativo o político:
Se ocupa de acciones futuras y califica el juicio como una asamblea política que acepta lo que el orador propone como útil o provechoso y rechaza lo que propone como dañino o perjudicial.
Género demostrativo o epidíctico:
Se ocupa de hechos pasados y se dirige a un público que no tiene capacidad para influir sobre los hechos, sino tan solo de asentir o disentir sobre la manera de presentarlos que tiene el orador, alabándolos o vituperándolos.
4- LA ORATORIA ROMANA
Características del género: Oratoria y Retórica
El arte de utilizar la palabra en público con corrección y belleza, sirviéndose de ella para simultáneamente agradar y persuadir, tuvo en Roma un uso temprano y prolongado siendo favorecido por su sistema político, mientras duró la República, basado en la consulta popular.
En las culturas clásicas, eminentemente orales, la oratoria impregnaba gran parte de la vida pública y su valor era reconocido en los tribunales (discursos judiciales), en el foro (discursos políticos) y en algunas manifestaciones religiosas (elogios fúnebres).
El pueblo romano, extraordinariamente aficionado a los discursos, sabía valorar y aplaudir a los oradores brillantes e intervenía en las discusiones entre las distintas escuelas y tendencias.
La oratoria comienza a practicarse en época muy temprana; el primer discurso del que se tiene constancia es el pronunciado por Apio Claudio el Ciego (dictador en el 312 a. de C.), con motivo de la guerra contra Pirro; sin embargo, sólo comenzó a cultivarse como un arte en los años difíciles de las guerras púnicas. Durante estos primeros años la oratoria se desarrolló teniendo como elemento fundamental la improvisación delante de un auditorio.
Dejando a un lado su decisiva importancia en la vida política de Roma, el “arte del bien hablar” se convierte también en un instrumento educativo de primera magnitud y en la principal causa del desarrollo de la prosa latina, ya que pronto, a la pura actividad oratoria en el foro y en las asambleas, sucede la reflexión teórica sobre la misma, desarrollándose entonces una disciplina nueva en Roma, la retórica.
Como en todas las manifestaciones culturales, en la evolución de la oratoria tuvo una importancia decisiva la progresiva helenización de la vida romana a partir del siglo II a. de C.
Las escuelas de retórica griegas encuentran en Roma un campo más amplio que en las ciudades helenísticas, puesto que sus enseñanzas se podían poner a prueba ante el público, en el Senado o en el foro, tratando no meros ejercicios escolásticos sino cuestiones de actualidad que apasionaban a la ciudad; por este motivo a mediado del siglo II a.C. son muchos los maestros de retórica que acuden a Roma desde Asia menor.
Sin embargo, no se puede decir que este proceso de paulatina implantación de las escuelas de retórica se realizara sin oposición. Esta oposición al establecimiento de las escuelas de retórica por parte de los más conservadores, que cristaliza en el decreto de expulsión de retores y filósofos en el 161 a. de C., es un episodio más del enfrentamiento que durante este segundo siglo a. de C. vivió Roma entre la facción conservadora, cuyo máximo representante fue Catón el Censor, y el grupo filohelénico que se reunía en torno a los Escipiones.
Finalmente, los estudios de retórica terminan imponiéndose y constituyendo, junto con la gramática, la base indispensable de la educación de los jóvenes de las familias acomodadas que, como preparación imprescindible para la vida política o el ejercicio de la abogacía, aprendían la “técnica oratoria”.
Según la finalidad del discurso se distinguían tres géneros de elocuencia:
.- genus laudativum: era utilizado en los discursos pronunciados en ceremonias relacionadas con la religión (laudationes funebres y elogia).
.- genus deliberativum: era el propio de la oratoria política.
.- genus iudiciale: propio de los discursos de acusación y defensa ante los tribunales.
También el estilo o tono de los discursos debía adecuarse a los distintos géneros de elocuencia, distinguiéndose tres tipos de estilo:
Genus grande (estilo elevado)
Genus medio (estilo medio)
Genus tenue (estilo elegante)
En el ámbito de la retórica se distinguen tres escuelas que proponen distintos modelos de elocuencia, tomados todos del mundo griego:
Los dos últimos siglos de la República, y muy especialmente el primero de ellos en el que destaca la irrepetible figura de Cicerón, conocen un desarrollo extraordinario de la oratoria, que impregna todas las manifestaciones literarias y que conduce a la prosa latina a una perfección formal difícilmente superable. La notable preparación técnica de los oradores y las enseñanzas estilísticas de las escuelas de retórica no son ajenas a la musicalidad y claridad de la prosa clásica.
Con el agotamiento del sistema republicano y la llegada de augusto al poder, la práctica de la oratoria, privada de las condiciones políticas que la justificaban, desaparece. Las escuelas de retórica siguen manteniéndose con una finalidad educativa y conservando su influencia en la lengua y literatura latinas, pero la oratoria se convierte en pura declamación.
Ahora bien, la práctica de la oratoria se desarrolla propiciada por determinadas circunstancias políticas y al calor de episodios concretos; sólo más tarde, cuando se tiene conciencia del valor literario de los discursos, comienzan éstos a fijarse por escrito. Esta es la razón de que sólo conozcamos la oratoria preciceroniana por escasos fragmentos y por referencias indirectas.
Además del propio Cicerón, que en su tratado de retórica Brutus traza una completa historia de la elocuencia romana, tenemos también los escritos de Gelio, un erudito del siglo II d. C., que recopiló gran cantidad de material sobre obras de la antigüedad y que es una inestimable fuente de información., aunque Cicerón indica como el primero de los discursos el pronunciado por Apio Claudio el Ciego.
Sin embargo, del primer orador del que se tiene informaciones concretas es de Catón el Censor (234/149 a. de C.). Escribió más de 150 discursos.
En el extremo opuesto a la postura de Catón se sitúan los oradores pertenecientes al llamado Círculo de Escipión como el propio Escipión Emiliano (185/129 a. de C.) y Lelio (cónsul en el 140 a. de C.). Ambos eran oradores brillantes y sobresalían sobre todo por los elevados conocimientos que tenían de la cultura griega en Roma.
En Tiberio Graco (163/133 a. de c.) y en su hermano Cayo (154/121 a. de C.) comienza a evidenciarse la influencia de Grecia y en particular de las tendencias asiánicas. Tiberio se distinguía por una elocuencia mesurada y una dialéctica cuidada; su hermano Cayo, por el contrario, usaba una oratoria encendida, capaz de enardecer a la multitud, a punto tal que Cicerón afirma que superaba a todos los oradores de su tiempo en vehemencia oratoria.
La pareja de oradores formada por Marco Antonio (143/87 a. de C.) y Marco Licinio Craso (140/91 a.) dominó el foro romano en los últimos años del siglo II.
Hortensio Hórtalo, sólo ocho años mayor que Cicerón, fue su principal rival en los tribunales, aunque éste se refiere frecuentemente al historiador y político Julio César como el más ingenioso y dialéctico de los oradores romanos.
5.- CICERÓN
Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.). Nació en Arpinum (actualmente Arpino del Sur de Italia) y en su juventud estudió derecho, oratoria, literatura y filosofía en Roma.
Pero Cicerón fue ante todo, un gran Abogado. Primero litigante; más tarde criminalista. Los procesos criminales eran muy populares en Roma y afectaban a la vida política, sobre todo si se trataba de un personaje conocido y una acusación importante.
Cuando los encausados tomaban varios defensores, Cicerón se encargaba de las generalidades llenas de patetismo que debían arrancar la absolución por parte de los jueces. A excepción de las “Catilinarias” y las “Filípicas” en que el calor patriótico y la inspiración llena de odio eran admirables, las arengas políticas no añaden gloria a la elocuencia de Cicerón.
Los discursos judiciales, por el contrario, sí fueron el triunfo de Cicerón, por la variedad de los efectos, propios de una viva imaginación.
Se puede afirmar sin temor a errar, que Cicerón fue el más grande de los oradores de Roma, a pesar de que durante y después de él, los hubo excelentes.
El mérito de Cicerón no sólo está en sus discursos escritos, sino en el tono con que se pronunciaban. Tenía una habilidad especial y un tacto exquisito para evitar choques en el auditorio y ganar su simpatía. Fue el más espiritual de los romanos de su tiempo. Describe y retrata a sus personajes de una manera perfecta. Producía en el auditorio un efecto demoledor tal, que sus amigos le dejaban hablar en último lugar.
Además de un gran orador fue un estupendo teórico de la oratoria. Sus obras teóricas sobre la elocuencia son:
De inventione (86) Es una obra de juventud. Consiste en una enumeración seca de los procesos para encontrar ideas y componer correctamente un discurso. Está imbuido de las ideas de su tiempo.
De oratote libri III (55) Está escrito en forma de diálogo entre cuatro de los mejores oradores: Antonio, Craso, Escévola y César Estrabón. El primer libro trata sobre la ciencia necesaria al orador; el segundo, acerca de la búsqueda y la disposición del discurso; y el tercero, sobre el estilo del orador.
Brutus (46) Es otro diálogo en que los principales personajes son el mismo Cicerón, su amigo Ático y Bruto. Aquí narra la historia de la elocuencia romana. Da gran número de ideas y se defiende del ataque de los neoáticos.
Orador: Retrato del orador perfecto, que, por supuesto, es él mismo. En este tratado expone con gran claridad y lujo de detalles su teoría sobre el estilo del discurso y su extensión.
De optimo genere oratorum: Opone a los dos más grandes oradores griegos: Lisias y Demóstenes.
Tópica: Trata sobre los lugares comunes en los discursos. Es un resumen de memoria y con su peculiar estilo de una obra de Aristóteles.
El valor de sus obras estriba sobre todo en la belleza formal. Sin embargo la importancia de Cicerón va más allá de ser un buen escritor: es el notario más fiel de su época. Nos presenta el cuadro más completo de la sociedad en la que le tocó vivir. Es la persona sin la cual no tendríamos actualmente un conocimiento correcto de la historia y las instituciones de su tiempo. En todos los estudios sobre ello se citan sus obras. No sólo es el mejor orador de Roma, sino que es el mayor hombre de letras de la antigüedad, y del que se conservan el mayor número de obras.
En el año 77 a. C. regresó a Roma, y enseguida Cicerón adquirió reputación y clientela como abogado. De esta forma pudo entrar en el “cursus honorum”, es decir, en la carrera política. Quería darse a conocer, y la mejor manera era la de defender causas penales o acusar a personas corruptas. Una de ellas fue el pretor de Sicilia, Verres, acusado de concusión, al que atacó en los célebres discursos conocidos con el nombre de “Verrinas”.
El asesinato de César en los Idus de marzo del año 44 le llenó de alegría. Se creyó de nuevo a la cabeza del estado y atacó a Marco Antonio, que aspiraba a suceder al dictador, con 14 discursos que, por imitación de los de Demóstenes contra el rey Filipo de Macedonia, se conocen con el nombre de “Filípicas”. No todos fueron pronunciados. Con ello favoreció sin querer los planes del joven Octavio: cuando éste y Marco Antonio se unieron con Lépido y formaron el segundo triunvirato, Cicerón fue proscrito. Fue alcanzado en su huida y asesinado. Afrontó la muerte con valor el día 7 de diciembre del año 43 a. C.
Se dice que antes de morir dijo la siguiente frase:
“Causa causarum miserere mei (“Causa de las causas ten compasión de mí”)
6.- TIPOS DE DISCURSO ROMANO
Las partes de un discurso se han establecido desde la antigüedad griega, y hasta se piensa que incluso Aristóteles ya las conocía. Son la aplicación de la sicología a la oratoria, porque no da lo mismo empezar de una manera que de otra o poner una argumentación o una descripción en desorden para que el discurso tenga el éxito que se pretende. Por eso, casi quedaron fijas todas las partes del discurso, sin que sufriera más que pequeños retoques a lo largo del tiempo.
Generalmente se trataba de preparar al auditorio para que estuviera atento y favorable a lo que se iba a decir después. A veces faltaba, pero la razón es que en ese momento no era necesario, ya que la gente estaba dispuesta a escuchar.
Era la parte en la que se hacía la relación de los hechos. Esta había de ser, según los maestros antiguos, breve, clara y verosímil. Generalmente iba a continuación del exordio, ya que era el momento de indicar de qué se trataba.
Se trataba de una especie de esquema de lo que iba a ser el discurso. Hortensio lo hacía siempre; Cicerón solía hacerlo al principio.
Era una de las partes más importantes del discurso. Algunos autores hablan de una división en dos: confirmatio (pruebas positivas) y refutatio (respuesta a los argumentos del adversario), que no siempre se distinguen.
Esta parte era un momento importante del discurso. El orador, después de la argumentatio dejaba ir su imaginación, y trataba cuestiones ajenas al tema; pero de ninguna manera había perdido el hilo de la cuestión. Se trataba de agradar al auditorio, de dejarle un momento de respiro para que aceptara mejor las conclusiones a las que se iba a llegar.
Era la parte más necesaria del discurso y donde el orador se permitía el mayor patetismo para conseguir lo que pretendía. En algunas ocasiones los oradores hacían una recapitulatio, un resumen o recuerdo somero de la argumentación.
Hay que decir que éste es el esquema de un discurso clásico. Sin embargo, no está de más advertir que no todos los oradores lo seguían al pie de la letra ni en todos los discursos. Las circunstancias en las que se desarrollaba, la situación del auditorio, el tema que se iba a tratar, el conocimiento o desconocimiento de la causa criminal que se defendía, etc. hacían que el orador adaptase este esquema a sus intenciones.
Cuatro son los tipos de discursos que desarrollaron los romanos, a saber:
a) Fúnebres o panegíricos:
Discursos que se hacían cuando una persona había fallecido. Por lo general no eran muy veraces, sino que alababan al difunto con exageración, “falseando la historia y acumulando sobre el difunto honores inexistentes e inmerecidos”. Generalmente no se conservan ninguno de estos discursos, y tenemos conocimiento de ellos por el Brutus de Cicerón.
b) Discursos Políticos:
Eran los que se pronunciaban durante el desempeño de algún cargo público, sobre todo, durante el consulado. Ejemplos de este tipo son las Catilinarias o In Catilinam orationes IV de Cicerón. Se solían pronunciar en el Senado, pero algunos también eran pronunciados en la curia, delante del pueblo y en el foro.
c) Causas criminales o discursos judiciales:
Eran los discursos que se desarrollaban generalmente en el foro delante de la gente, pero también delante del Tribunal de Justicia que iba a emitir el veredicto. Se referían tanto a acusaciones como a defensas.
d) Acciones de gracias:
Tanto a los dioses, como al senado y al pueblo. Por múltiples motivos. Por ejemplo, Cicerón dio las gracias por su vuelta del destierro en dos discursos: Post reditum in senatu (oratio cum).
A partir del siglo I p. C., la retórica dejó de ser un ejercicio real para convertirse en ejercicios de escuela. Séneca el Retor escribió en su obra Sententiae, un conjunto de ejercicios de retórica, que se pueden dividir en dos partes claramente diferenciadas: Suasoriae (conjunto de ejercicios oratorios con asuntos ficticios referentes a temas sacados de la mitología o de la literatura), y Controversiae (discursos judiciales cuyos asuntos son convencionales y poco reales: el discurso tiene generalmente dos partes, una a favor del tema y otra en contra.
Encontramos también discursos en las obras de historiografía. Es un procedimiento para explicar una situación en primera persona por boca de sus protagonistas. Por lo general, Salustio y Tito Livio se distinguieron por sus discursos intercalados en las narraciones de los episodios históricos.
Salustio, en su obra De coniuratione Catilinae, pone en boca de Silano, de Catón y de César tres discursos, que son la parte fundamental de la obra.
Tito Livio, por su parte, introduce en su Ab Vrbe condita más de 400 discursos de todo tipo, en los que sigue las normas de la oratoria clásica.
7.- LA ORATORIA: Su importancia
Un hombre de fuerza e inteligencia extraordinaria puede no ser más que un cero en la sociedad si no sabe hablar (William Channing).
Se afirma con frecuencia que el hombre es un ser social y político por naturaleza y por tanto ha formado y desarrollado un sistema de comunicación en el cual ha logrado captar señales, gestos y sonidos por medio de los cuales se relaciona. Como se conoce, en toda comunicación se necesita de dos elementos: uno de ellos el emisor (el que envía) y el otro receptor, quien recibe. Pero no pueden existir ambos sin haber un motivo que origine un mensaje. Ese motivo se define como necesidad, la cual a su vez es denominada como causa, no importando el efecto que pueda sufrir. La base de la comunicación es la misma que establecen las relaciones públicas o humanas.
La oratoria es el arte de hablar elocuentemente, de persuadir y mover el ánimo mediante la palabra. Timón, un antiguo autor griego, dijo que la elocuencia es la habilidad de conmover y convencer.
Entre los grandes jefes que condujeron pueblos o dejaron su impronta en la historia de la humanidad, ha habido algunos ciegos y algunos sordos; pero nunca un mudo. Saber algo no es idéntico a saber decirlo. Esta es la importancia de la comunicación oral.
En cualquier actividad de interrelación, la forma en que hablemos, en que nos comuniquemos, será el patrón por el cual se nos juzgará, se nos aceptará o rechazará.
Hablar con orden, con claridad, con entusiasmo, con persuasión; en resumidas cuentas, con eficacia, no es un lujo sino una necesidad.
El 90% de nuestra vida de relación consiste en hablar o escuchar; sólo el 10% en leer o escribir.
Si la imagen que usted quiere dar de sí mismo/a es la de una persona que sabe adónde va, que tiene una actitud positiva hacia la vida, ideas dinámicas y don de gentes, el lenguaje es el principal instrumento que deberá utilizar para transmitir esa imagen a quienes le rodean.
Otro aspecto importante de la oratoria es que también hay que saber hablar para ser escuchado. Lo notable es que el hecho de tener que hablar ante extraños o en una simple reunión de trabajo, no parece ser una tarea sencilla a la que la mayoría de las personas considere como fácil.
En una encuesta realizada en los Estados Unidos, investigando las diez cosas que más temor le producen a la gente, se obtuvo el siguiente resultado (en orden ascendente): los perros, la soledad, el avión, la muerte, la enfermedad, las aguas profundas, los problemas económicos, los insectos, las sabandijas, las alturas y el primero de la lista, hablar en público.
Se ha determinado perfectamente, que hay que reconocer que quien dice un discurso asume una gran responsabilidad. Al margen de otros aspectos, conviene tener presente que una perorata de 30 minutos ante 200 personas desperdicia sólo 30 minutos del tiempo del orador; en cambio, arruina 100 horas de sus oyentes –o sea, más de cuatro días, lo cual debería generar más responsabilidad que la que usualmente se advierte.
8.- CLASES DE DISCURSOS
Se considera que hay tres tipos diferentes de discursos, según su finalidad:
1.- Discursos destinados a informar.
2.- Discursos destinados a la acción.
3.- Discursos destinados a entretener.
… y tres clases de oradores: aquellos a quienes se escucha; aquellos a quienes no se puede escuchar; y aquellos a quienes no se puede dejar escuchar.
9.- PARTES BÁSICAS DE UN DISCURSO Y ASPECTOS PARA ESTRUCTURARLOS:
Cualquier tipo de discurso tiene una introducción o presentación, un desarrollo del tema y una conclusión (parte en que se “remacha” el objetivo y se deja perfectamente fijado).
Toma contacto con la gente de ceremonial: Quienes preparan la sala y se encargan de asentar las inscripciones de participantes normalmente arman una base de datos. Usted como disertante debería averiguar las características del auditorio, esto ayudará mucho para que el mensaje llegue claramente a todos sin excepción.
Hay que tener en cuenta que los matices que Usted pueda incorporar están relacionados con la acústica y la preparación técnica de la sala (micrófonos, amplificadores y cualquier otro elemento que colabore en el desarrollo de la conferencia). La gente de ceremonial puede alertarle sobre las características del espacio donde se desarrollará su exposición. El objetivo es lograr que todos los asistentes oigan su mensaje. Para exhortar o llamar la atención en algún tópico puede elevar su volumen pero tenga precaución en que este no resulte agresivo. Por ello, controle su tono de voz.
Prepárate con anticipación: es la consigna primera. Todo discurso por más breve que fuera, lleva su tiempo de elaboración. Por lo tanto hay que enfocar los puntos esenciales a tratar y dejar de lado todo aquello que pudiera resultar superficial.
Si Usted como orador no se entrena en lo específico confundirá al público, y en consecuencia, no podrán diferenciar lo esencial de lo que no lo es y tampoco podrán asimilar los conceptos emitidos. El tiempo vale demasiado y si se extiende puede que agote la paciencia del auditorio. Evite llegar al extremo.
A veces, los oradores se dan cuenta que están en un “pantano” y que han provocado confusión en el público mediante su discurso. En esos casos algunos prefieren apelar a frases como: “Creo que es conveniente detenernos y dejar de lado tantos ejemplos…” ; “Considero que estos ejemplos han demostrado claramente que…” , ” Han sido suficientes los detalles citados”.
Toda conferencia debe amoldarse al público al cual va dirigida. Armar una estructura orientativa, paso a paso, colaborará en el desarrollo de su exposición. Si pretende dar ejemplos que requieren de esquemas o gráficos puede ayudarse con transparencias o folletos adicionales para que el auditorio siga cada tema sin distracciones.
Evita escribir el discurso: se recomienda sólo anotar frases esenciales que servirán de guía. La lectura produce distancia con el auditorio. El mensaje resulta vacío. El público se inquieta si nota que el orador tiene que transmitir un cúmulo de hojas perfectamente diseñadas con puntos y comas. Cuando el orador más se entrena en preparar de este modo sus discursos más seguridad adquiere. Y podrá hablar sin apoyarse a cada instante en un papel.
Muestra sentimientos: el orador debe privilegiar su condición de ser humano. Si en algún punto es necesario expresar su posición y disposición emocional sobre cierto aspecto ¡No lo dude!. Sólo cuide que el tono en que lo dice coincida con lo que desea transmitir, porque de otro modo sus impresiones resultarán poco creíbles.
Utiliza el ingenio y el humor: estas dos cualidades se entrenan también. Una frase breve, una relación de conceptos interesantes aportan una cuota diferente al discurso y si se manejan con equilibrio el auditorio lo disfrutará.
Ten capacidad de respuesta: cuando surgen los interrogantes del auditorio hay que estar preparado con anticipación para afrontar las inquietudes más diversas. Y si algún tema no está al alcance, se recomienda ser franco y en todo caso generar la posibilidad de un contacto personal para ampliar luego.
Evita pontificar: en muchas ocasiones el orador se dedica a hablar en primera persona, por ejemplo: “Considero que…”; “Estoy convencido de…” Lo citado no está mal si es adecuado al discurso y a los conceptos. Sin embargo, una dosis extrema puede provocar un efecto moralizante que disguste.
Otros Aspectos: perseguir el objetivo previsto en todo momento con mucha mesura y tratar que todo aquello que se exponga resulte provechoso para el auditorio. Utilizar un lenguaje atractivo bien matizado y adaptar el lenguaje al público. Lo técnico también puede combinarse con detalles que provoquen mejor asimilación y atención, así evitará que el discurso se torne monótono.
Logra que el público se sienta importante dirigiendo su mirada a todos los sectores. Muchos conferenciantes hacen foco en un área del auditorio y descuidan las otras. Controle su punto de contacto.
Maneja con moderación su gesticulación o movimiento de brazos y manos. Si realiza giros bruscos corre el riesgo de que su discurso repercuta negativamente en el auditorio o en última instancia no logre convencer con sus conceptos. Si considera la posibilidad de desarrollar toda la exposición de pie eso le dará un perfil dinámico a la conferencia.
Controla su lenguaje corporal: ¿Alguna vez al subir a un escenario o exponer frente a otras personas ha padecido palpitaciones, sudor frío? o ¿Se ha secado su garganta mientras su voz intenta articular un discurso de manera temblorosa?. Es sabido que uno de los peores temores es hablar frente al público. El extremo de este tipo de manifestaciones es pensar que todo lo que tiene en la mente se borrará de un momento a otro y no sabrá qué más decir.
Canaliza adecuadamente el nerviosismo. Todos aquellos que tienen que enfrentar público lo experimentan y algunos dicen, que aún después de mucho tiempo de práctica tienen una sensación de esas características en el arranque de su discurso.
Domina el tono y la expresión, pues bloquearse y sentir la sensación de actuar de modo ridículo, considerar que nuestros argumentos serán refutados por falta de consistencia y experimentar temor también por el hecho de enfrentarse a un público número, desconocido y/o desagradable, son motivos frecuentes de temor para oradores.
Considera el uso de la pausa como un arma de gran importancia en el arsenal que representa el dominio del ritmo. El espacio entre palabras, frases o pensamientos, no se debe “emborronar” con sonidos tan desagradables como “eee…”. Utilizar “eee…” o “mmm…”, es humano; pero utilizar la pausa, desnuda de todo sonido.
El elemento más difícil, de mayor utilidad y menos apreciado en el arte de la oratoria, es el silencio. Y este tiene su valor:
Un escritor chino, Kung Tingan, dijo: “El sabio no habla, los talentosos hablan y los estúpidos discuten”.
“Nadie predica mejor sermón que la hormiga, que nada dice” (Benjamin Franklin).
Utiliza las pausas como un excelente recurso para enfatizar. Estas permiten también mantener y controlar la atención. La pausa correctamente medida, demuestra confianza y reflexión.
Exprésate siempre en forma positiva: El Dr. Herbert Clark, psicólogo de la Universidad John Hopkins, hizo el sorprendente descubrimiento de que a una persona común le lleva un 48 por ciento más de tiempo comprender una frase en forma negativa que en forma positiva. Por lo tanto, se confirma científicamente algo que se sabía en forma empírica: la más eficaz comunicación consiste en hacer afirmaciones positivas.
10.- CARACTERISTICAS DE UN ORADOR
Dale Carnegie estadounidense nacido en 1888, fundó el Dale Carnegie Course® en 1912. Se vendieron más de 50 millones de copias de sus libros de texto en más de 30 idiomas alrededor del mundo, lo cual provocó que sus lectores se libraran del tabú de que la oratoria estaba reservada para unos pocos superdotados. ¿Qué pensaba Carnegie de la oratoria?
El siguiente comentario está basado en las enseñanzas, nada ortodoxas, del famoso orador e instructor de oratoria profesional Dale Carnegie, según las cuales “nadie necesita un título de orador para dar un discurso excelente, con tal que cumpla con ciertos requerimientos elementales”: Según él, un orador eficaz:
Solo prepara notas breves y se vale principalmente de ilustraciones y ejemplos interesantes para comunicar su mensaje. Aunque haya acumulado 40 veces más conocimiento del que quiere exponer, evita redactarlo todo o memorizar su discurso palabra por palabra y repetirlo mecánicamente. Prefiere ensayar por medio de traer a colación el tema durante una conversación habitual con sus amigos. Y en vez de dejarse llevar por la angustia o ansiedad, analiza fríamente la causa oculta de cualquier temor, para reajustar su actitud cuanto antes, recordando que más que imitar a otros le conviene mostrarse como es. Reconoce que le asiste el derecho natural de hablar acerca de cualquier asunto que haya estudiado y/o experimentado durante su vida y acerca de cualquier cosa que le despierte pasión por hablar.
Las notas breves son fáciles de recordar. Solo sirven para ayudar a la mente y corazón a producir las emociones, sensaciones y sentimientos que se necesitan para comunicar el mensaje de modo que sus oyentes lo recuerden para siempre.
No escribe sus discursos: escribir el discurso palabra por palabra obliga a la persona a repetirlo textualmente, lo cual le roba el estilo conversacional que requiere para sonar persuasiva. Al esforzarse por decir cada frase exactamente como estaba escrita, tiende a perder el hilo y atascarse. Si se confunde de línea, la tensión pudiera aumentar en un instante y hacerle perder la estabilidad emocional que requiere para continuar. Por eso es preferible hablar con el corazón en la mano, a partir de un bosquejo sencillo.
Jamás memoriza sus discursos palabra por palabra: memorizar el discurso es casi una garantía de que olvidará alguna sección. Incluso si lo reconstruyera completamente, sonaría como un robot, en vez de como un ser humano y su mirada y voz estarían perdidos en el espacio infinito. Pocos le prestarían atención o se dejarían convencer.
Mantiene su discurso repleto de ilustraciones y ejemplos: en vez de que su mayor desafío al escribir un libro o preparar una conferencia fuese escoger las ideas, para Carnegie era, más que todo, escoger las ilustraciones y ejemplos que le dieran la claridad, vida e impacto que lo hicieran inolvidable.
Tiene 40 veces más conocimiento del que suele transmitir en sus discursos: saber mucho más de lo que se dice se asemeja a un generador de energía, cuyo poder supera por mucho a la energía que viaja por los conductores. Su conocimiento organizado le otorga la confianza, claridad y pasión controlada que necesita para disparar la flecha de la eficacia.
Ensaya el discurso por medio de traer a colación el contenido al conversar con sus amigos: en vez de ensayar gestos y ademanes frente a un espejo, mecánicamente, sin vida ni naturalidad, prefiere ensayar durante una conversación natural con sus amigos, dejando brotar los movimientos más espontáneos posibles, teniendo en cuenta que de la misma manera se manifestarán durante la exposición.
En vez de angustiarse por su discurso, averigua la causa de su ansiedad y reajusta su actitud: aunque antes hubiera practicado alguna técnica vocal, de respiración, gestos, postura o énfasis, durante la presentación se olvida de esas cosas y concentra su mente en la idea principal como en sus ensayos. Piensa en los gatos, que de ninguna manera requieren la condecoración de Gato Experimentado para maullar en el vecindario.
Evita imitar a otros: Procura ser el mismo: “¿Por qué no aprovecha usted mi estúpida pérdida de tiempo y evita imitar a otros?”. Palabras de Carnegie después de echar al tacho de basura el fruto de varios años de estudio y trabajo procurando escribir un libro que contenía las ideas de otras personas en vez de las suyas propias.
Dale Carnegie se dio cuenta de que un secreto indispensable del éxito en cualquier campo consiste en ser uno mismo, no una combinación de otras personas.
11.- EL MODO DE HABLAR
El modo de hablar incluye el tono, la enunciación, la pronunciación, el volumen y la corrección de las palabras que se usan. También influyen el aplomo con el que hablamos, el control que tenemos de nuestros ademanes y el contacto ocular que mantenemos con los interlocutores o el público.
Está probado que si se pone frente a un sabio fríamente profesional a un hombre de mediana cultura, pero amable y dulce, sin la décima parte de la lógica y erudición del otro, sin lugar a dudas éste se adueñará con facilidad de su auditorio. Las razones son claras y evidentes. Es el corazón contra la cabeza.
Además del qué se dirá, es enorme la importancia del cómo habrá de decirse. Y aquí interviene lo más importante que puede esgrimirse en un diálogo o un discurso: el arte de interesar.
En la preparación de una clase o discurso hay que dar mucho más tiempo a buscar medios de suscitar el interés que el que se dio al estudio del tema.
La dramatización, como otros recursos, está dirigida a despertar la curiosidad del público. Dramatizar algo es darle acción. Y eso puede hacerse de distintos modos. Se puede dramatizar mediante el uso de un diálogo, imaginario o real (con el público o un interlocutor). También haciendo una cita de alguna figura famosa, o efectuando una narración, o dando un ejemplo personal, mostrando un objeto, formulando una pregunta impresionante, o realizando una afirmación sorprendente…
Y para todo esto es muy importante la voz. Las principales cualidades de la voz son las articulaciones y estas son los movimientos de la boca que modifican la voz. Las articulaciones son las que producen las letras, las sílabas y las palabras.
La intensidad de la voz es el mayor o menor grado de fuerza al emitir los sonidos. El mayor grato de intensidad constituye el acento, por eso decimos que la sílaba tónica o acentuada es la que se pronuncia con mayor intensidad.
Gran parte del secreto de poseer una voz persistente, agradable y clara, cuyo empleo no se vea interrumpido por la fatiga, consiste en mantener bajo su tono.
La voz chillona destroza el oído y estropea el órgano que la produce. Las personas que hacen un gran uso de su voz; como los cantantes, oradores, maestros y locutores, se ven expuestos a perderla si no la cuidan como a un instrumento precioso. La voz no hay que forzarla, ni saliéndose del registro ni emitiendo notas de exagerada intensidad.
Si se quiere hablar bien hay que trabajar, pensar y practicar, o sea, en dos palabras, hay que prepararlo bien, como dice Carnegie: “Todo discurso bien preparado está ya pronunciado en sus nueve décimas partes” . O como expresó Winston Churchill: Si tengo que dirigir un discurso de dos horas, empleo diez minutos en su preparación. Si se trata de un discurso de diez minutos, entonces me lleva dos horas…”.
La buena preparación también aumenta la claridad de nuestro pensamiento y de nuestra expresión. Recordemos el viejo aforismo que dice: “Si la fuente nace turbia, no irán claros los arroyos”.
12.- BIBLIOGRAFÍA
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