Cuando los profesores, Juan Mendoza primero y Andry Matilla después, me hicieron partícipe del proyecto de confeccionar un libro homenaje a mi padre, Rafael Grillo Longoria, de inmediato me vinieron a la mente muchos recuerdos y anécdotas personales y profesionales que podría compartir con los lectores de esta obra, a fuero de honor, en tanto me permitiría darle grata vigencia a su modesta y destacada vida profesional, académica y revolucionaria que varias generaciones de cubanos y estudiantes admiraron y reconocieron con singular respeto.
Obviamente, para mí no resulta fácil hablarles de mi padre, quien además de eso fue mi profesor y mi compañero de trabajo. Por mi parte, además del rol de hijo, fui su asesor, su dirigente partidista, pero especialmente, fui y siempre seré su más leal y celoso admirador.
Según las anécdotas que se repetían en casa, desde que inicia su bachillerato en 1934, Rafael comenzó a organizar huelgas, manifestaciones callejeras y mítines de protestas contra los desmanes de la dictadura de Machado, sufriendo por ello numerosas detenciones y encarcelamientos que no pararon hasta el triunfo revolucionario de 1959. Sin duda, ese espíritu rebelde le forjó desde muy temprana edad un fuerte carácter que conformó su personalidad, en mi opinión unido al heredado de mi abuela, a quien recuerdo como una recia mujer asturiana.
Y ese mismo carácter fue el que le posibilitó enfrentarse a la sangrienta dictadura batistiana a la que combatió desde las clandestinas filas del M-26 de Julio al que perteneció, hasta los estrados de los tribunales donde defendió a decenas de obreros, campesinos y revolucionarios, junto con mi tío José Antonio, el también revolucionario, escritor y destacado profesor de Derecho Penal.
A mi padre le empiezo a recordar nítidamente desde temprana edad, conservando en mi memoria los sanos juegos infantiles de la época que compartíamos, junto a mi hermana Alicia y mi madre, en el jardín de nuestra casa en Santiago de Cuba, unido a las frecuentes e inesperadas órdenes de allanamiento y detención que sufría por parte de la tenebrosa y sangrienta organización paramilitar de Batista, conocida con las siglas del SIM, misma que ordenó su detención en tempranas horas del día del asalto al Cuartel Moncada y del cual salió con vida por el inesperado apoyo del ayudante del cuartel, quien le reconoció por haber defendido a su padre en expediente hipotecario.
También desde mis años mozos sentí el rigor de su férrea disciplina, aunque ésta siempre estuvo arropada con mucho amor paternal, las que mantuvo hasta su fallecimiento. Recuerdo con cierto resentimiento, propio de la juventud, dos hechos que en ese entonces me golpearon. El primero, cuando le pedí que hablara con quien fuera su amigo, el Comandante de la Revolución Belarmino Castilla Mas, para que me exonerara de ir al Servicio Militar Obligatorio, allá por el año 1968, y el segundo, cuando le anuncié que mi primera esposa había quedado embarazada de nuestra primogénita. Por supuesto que ambas peticiones me fueron denegadas, rotundamente, por lo que tuve que ir al SMO y empezar a trabajar para mantener a mi prole. Hoy recuerdo estas cosas y le agradezco pues me hicieron crecer.
En 1973 entré a su aula como alumno de la asignatura Derecho Procesal Civil de la que era Profesor Principal. En aquella época se daba en un semestre Procesal I, que abarcaba la Teoría del Proceso, y en otro Procesal II, sobre los procedimientos en particular. Y por supuesto, no me quedaba otro remedio que ser puntual en la entrada a clases, disciplinado durante las dos horas de conferencias y clases prácticas, y especialmente estudioso a diario para no hacerle quedar mal. Claro que me trató sin ningún privilegio y con el mismo rigor académico que a los demás, incluso mis exámenes y calificaciones corrían a cargo del profesor Guillermo de Vera Sánchez, con quien a la sazón mi padre compartía cátedra.
Durante el año que fui su discípulo, así como en el resto del tiempo en el que coincidimos en la Facultad de Derecho, nunca supe de ninguna injusticia o exceso o conflicto con ningún alumno ni profesor, a pesar de la rectitud que practicó revestida siempre de una profunda ética, y sobre todo asistido por el afán de lograr que su asignatura fuera estudiada con responsabilidad, pues él mejor que nadie conocía que era una materia clave para el ejercicio de la profesión en cualquier rama que el alumno se desempeñara en su posterior vida profesional. Solía decir que “quien no dominara la técnica del proceso, no sería jamás buen abogado”.
Se ha hablado incluso de una famosa “lista negra” que mi padre tenía y que ha pasado a formar parte de los mitos y leyendas de la Facultad. Pero hasta donde conozco, jamás ningún alumno sufrió represalia ni consecuencia alguna por ello, pues su única pretensión era impulsarlos a estudiar y a ser responsables con una rama del Derecho que es esencial para el funcionamiento de una sociedad. Con el transcurrir del tiempo, fui testigo de cuántos le reconocieron su nivel de exigencia.
Luego de varios años de graduado ejerciendo como asesor jurídico en el MINCEX, mi padre me pidió que le ayudara en su cátedra de Procesal Civil, y fue así como pasé a ser su subordinado y compañero de trabajo, bebiendo cada día de sus experiencias y de su conocimiento, pero también conociendo un poco más al ser humano, pues me permitió aquilatar los excelentes vínculos tanto personales como profesionales que tenía en el Departamento de Derecho Civil y en la propia Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Rafael siempre abrió las puertas de su conocimiento y de su corazón a quienes quisieran aprender con él y seguir sus pasos.
Fui testigo de importantes reuniones que allí se hicieron para conformar los planes de trabajos de las diferentes asignaturas del departamento Civil, y en particular para la redacción del texto de Procesal III, en el que participé como coautor. Al calor de esto, mi padre me explicó las turbulencias que se sucedían al sufrir con mucha frecuencia los inconvenientes propios que causaba el desmantelamiento del viejo sistema de derecho burgués, en tanto el derecho procesal es eminentemente instrumental al servicio del derecho sustantivo al que tributa.
En este orden de cosas, la Ley de Enjuiciamiento Civil, el Código Civil y otros ordenamientos similares se fueron derogando en la medida en que la Revolución Cubana avanzaba hacia un sistema de derecho socialista con fundamento en la antigua URSS, primordialmente, al cual nuestro país se afilió bajo las denominadas normas del CAME.
Sin embargo, salvo la coincidencia de objetivos políticos, los sistemas jurídicos resultaban muy diferentes, por lo que al abordar mi padre la redacción de los libros de texto de Derecho Procesal Civil no encontró referencia bibliográfica de utilidad, ni en el orden teórico ni mucho menos en el práctico. Pero eso no lo detuvo; a partir de ahí enfrentó con profesionalismo y tesón la conformación de las bases teórico-prácticas de un derecho procesal socialista criollo, partiendo del análisis crítico de las teorías e instituciones burguesas que habían estado vigente en Cuba durante décadas, sin descartar aquellas que no contradijeran la esencia de un Estado que representaba los autóctonos intereses de un pueblo de obreros y campesinos en el poder.
Para ello, no sólo revisó las obras de destacados procesalistas cubanos de esa etapa burguesa, sino también los de talla mundial como Francesco Carnelutti, Eduardo Couture, Giuseppe Chiovenda y Jaime Guasp, entre otros.
Y además lo mecanografió personalmente y lo entregó sin ayuda de personal alguno. A partir de ahí se pudo contar con un texto esencial, que aún con el paso de los años, no ha perdido totalmente su vigencia.
En todo este período tuve que trabajar codo a codo con mi padre durante muchas horas en las que a mí, dada mi juventud, en ocasiones me llegó a resultar agobiante, pues se trataba de sintetizar pensamientos, explicaciones y argumentos legales que me eran ajenos. Pero su gran sentido de responsabilidad y disciplina me obligaban a seguirle sin chistar, trasmitiéndome no sólo conocimientos de Derecho, sino lo más importante, valores y sentimientos que distingo eternamente.
Jamás escuché de su boca una palabra de envidia, guataquería o sumisión de clase alguna. Rafael brillaba con luz propia. Sus análisis, comentarios y argumentos siempre fueron muy profundos y escuchados por todos, y en cualquier escenario en que se desarrollara, incluyendo el político en el que militó en las filas del PCC hasta su fallecimiento.
Junto a mi tío José Antonio, conformaron un dúo de gigantes, al que identificaban como “los Grillos”. Eran simplemente dos grandes juristas revolucionarios con moral, ética, profesionalidad, sencillez y maestría académica, profesoral y forense.
En etapa más avanzada tuve igualmente la oportunidad de acompañarle como “su asesor” en materia mercantil, designado por la Dirección Jurídica del MINCEX, a dos encuentros de dirigentes de Cortes de Arbitraje del CAME en la antigua URSS, a la que asistió mi padre en su condición de Presidente de la Corte de Arbitraje adjunta de la Cámara de Comercio de nuestro país. Allí fui testigo del cariño y respeto que le profesaban sus homólogos, los cuales siempre atendieron sus sugerencias, fundamentalmente procesales, para la normativa de arbitraje que se pretendía poner en vigencia a nivel del CAME.
Lo increíble para mí, fue constatar cómo pudo lograr que aprobaran sin reserva las modificaciones que presentó a la mesa basándose en una lógica jurídica de sistemas legales distintos. Sin duda, dando una prueba cabal de ¡cuán buen jurista era!, y de que además de los conocimientos teóricos que exhibía, brillaba por su permanente contacto con la realidad social, lo que le permitió siempre ofrecer el mejor de sus resultados en todos los ámbitos en los que se desempeñó.
Muchos coincidimos en que la modesta obra jurídica expuesta en sus libros de textos de Derecho Procesal Civil dejó una huella indeleble que le transcendió por haber sido capaz de regalarle a los alumnos de la asignatura de Derecho Procesal Civil de la carrera de Derecho en Cuba, y por qué no también a los juristas en general, unos conocimientos jurídicos estructurados de manera didáctica, fácilmente comprensibles y técnicamente adecuados a un sistema de derecho típicamente cubano.
No quería terminar sin agradecer a mi amigo y colega Juan Mendoza, del que no me arrepiento haberle llevado a la cátedra de Derecho Procesal Civil para cubrir el vacío magisterial que provocó el fallecimiento de mi padre, y en el que puse mi esperanza de que sabría no solo mantener el legado de su obra sino que podría ser capaz de mantener actualizada la enseñanza de una disciplina eminentemente técnica que no pocos logran dominar, ni con el devenir del tiempo. Y sin dudas, Mendoza lo ha logrado.
Igualmente al profesor e historiador Andry Matilla, autor intelectual de esta obra homenaje, en la que ha sido capaz de agrupar a destacados juristas cubanos de diferentes esferas, quienes han tributado con sus interesantes trabajos jurídicos que forman parte de este libro. A todos ellos también mi agradecimiento y respeto.
Y finalmente, al Presidente de la ONBC, Ariel Mantecón Ramos, por haber asumido la impresión de este libro homenaje, lo que en el plano personal constituye un verdadero honor, pues fue precisamente en la Organización de Bufetes Colectivos donde laboré mis últimos 27 años.
No me queda más que reconocer el privilegio de haber tenido un padre afectuoso, quien además fuera un destacado profesional revolucionario, profesor responsable, compañero de trabajo exigente y solidario, y jurista honesto, ético y capaz. Ojalá pueda yo ser capaz de trasmitirles a mis hijos y compañeros en general, esos tantos valores que le presidieron en vida.
La Habana, 02 de junio del 2015
Carlos Rafael Grillo González
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